viernes, 2 de abril de 2010

LOS JUDÍOS EN LA ESPAÑA BAJOMEDIEVAL (II) El pogromo de 1391



Todo el proceso que hemos visto en la entrada anterior tiene su punto culminante con la matanza de judíos acontecida en Sevilla en 1391, que luego se extendió por casi toda Andalucía, la meseta sur y el reino de Aragón y Navarra. Después de estos sucesos, nada sería ya como antes para la comunidad judía española, que será definitivamente expulsada de los reinos hispánicos en 1492, como sabemos.

Este momento coincide con un periodo de gran inestabilidad política como consecuencia de la muerte prematura del rey de Castilla Juan I, que cae del caballo en Alcalá de Henares, en el año 1390, y la sucesión de su hijo Enrique III de apenas 11 años. De nuevo la minoría de edad de un rey iba a perjudicar la estabilidad política del reino encumbrando a los nobles, deseosos como sabemos de acaparar más poder a costa del Estado y del pueblo. Los judíos iban a ser de nuevo la cabeza de turco, sobre todo aquellos que se habían enriquecido, algo intolerable para un cristiano.

La labor de propaganda contra los judíos y el poder real estimulada por la nobleza, a fin de beneficiarse de ello, tuvo su reflejo más cruel en las matanzas de 1391. La chispa que provocó el suceso tuvo que ver con las incendiarias predicaciones de un clérigo llamado Ferrán Martinez. Este personaje era arcediano de Écija, y ya había tenido problemas con el rey Juan I y también con la jerarquía eclesiástica, deseosa, como la monarquía, de mantener la paz y el orden, más él hacía caso omiso a las advertencias. La muerte del rey en 1390, y la del arzobispo de Sevilla el mismo año dejaron las manos libres a este clérigo, que provocó la rebelión de las gentes de la ciudad, que se lanzaron a la matanza y al pillaje frente a los judíos. Los saqueos se extendieron por las ciudades del valle del Guadalquivir y pronto pasaron a la meseta sur, a ciudades como Madrid, Cuenca o Toledo, capital, por así decirlo, del judaísmo español. Un mes después ocurriría lo mismo en la corona de Aragón, en ciudades como Lérida, Barcelona o Valencia, campo de acción esta última, del dominico y predicador san Vicente Ferrer cuyos discursos sobre el Judaísmo fueron interpretados por el pueblo de Valencia como una licencia para el robo y el saqueo. Unas doscientas personas fueron asesinadas en la ciudad. En Palma el número ascenderá a trescientas, a pesar del intento de las autoridades reales por impedir la matanza.

Los judíos españoles jamás habían experimentado un horror semejante, con lo que, junto con los exilios, al norte de África principalmente, comienzan las conversiones masivas. Antes ya se habían producido, ya que la situación de los hebreos en España nunca fue del todo cómoda, y hacerse cristiano permitía alcanzar dignidades y puestos en la administración, así como amasar fortuna sin ningún tipo de cortapisas. De este modo las primeras conversiones acontecen entre los estratos más altos de la sociedad judía, como es el caso de Isaac Golluf, hijo del tesorero de la reina doña Violante, esposa de Juan I, bautizado en 1389 como Juan Sánchez de Calatayud con una motivación meramente oportunista, o Salomón ha - Leví, rabino de Burgos, y que tras abrazar el Cristianismo en 1390, acabó como obispo de la ciudad bajo el nombre de Pablo de Santa María. Pero a partir de 1391 las conversiones fueron masivas y alcanzaron a judíos pobres y ricos por igual, y la motivación, más que responder a un mero oportunismo político, era otra muy diferente, el miedo.

Viendo las autoridades y la jerarquía eclesiástica esta situación, y a pesar de que no aprobaban los métodos, quedaron contentos con el resultado. Por lo que decidieron seguir fomentando estas conversiones, adoptando medidas legales. Así surgen una serie de disposiciones desde los primeros años del siglo XV destinadas, básicamente, a hacer la vida imposible a los judíos, para que se convirtieran. Así en 1405 tenemos el primer ordenamiento, y pronto se promulgarán, en 1412, las llamadas Leyes de Ayllón, a instancias, entre otros, del converso obispo de Burgos, y que prohíben a los judíos practicar una serie de oficios - casi todos los que hasta entonces venían haciendo -, mientras se les obligaba a llevar una serie de distintivos como una rodela bermeja, a fin de ser identificados; así mismo se les encerrará en barrios especiales, las llamadas juderías, de donde no podrán salir sin permiso. También se les obligaba a asistir a la iglesia un determinado número de veces al año y siendo sometidos a una humillante labor de proselitismo y catequesis.

Pero estas medidas serán menos severas andando el tiempo. Ya en 1420 muchas de sus prerrogativas caen en desuso, así la figura del judío sobrevive varias décadas más, sin pena ni gloria, mientras la figura del converso se convertirá ahora en el blanco de todos los odios.

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