domingo, 11 de abril de 2010

INVASIÓN DE IRLANDA POR LOS NORMANDOS (I) Antecedentes


Tras el intento de unificación política de la isla por parte de Brían Boru, el gran rey supremo de Irlanda, o también llamado emperador de los irlandeses, entre los siglos X y XI, y concretamente tras la batalla de Clontarf, del año 1014, la situación de la isla vuelve al status quo anterior, dominado por la inestabilidad política y la guerra como modus vivendi de los diferentes reyes y caudillos.

La isla de Irlanda había estado aislada del resto de Europa y de Britania cuando se vivían allí episodios de crucial importancia histórica. 
Así había permanecido al margen de Roma y de las invasiones bárbaras, mientras sus vecinos britanos recibían el aporte de la romanización en su zona sur, antes de ser invadidos por los sajones y otros pueblos germanos en torno a los siglos V y VI. Irlanda sin embargo vivía en un mundo casi mitológico en donde la guerra era vista poco menos que como un deporte que practicaban sus distintos reyes. Era, digamos, su forma de hacer política, mientras el Cristianismo, que penetrará en torno al siglo V, dio legitimidad, de alguna manera, a unas costumbres ancestrales muy arraigadas y que tenían en la fragmentación política y en la inestabilidad su principal característica.

Existía una figura conocida como rey supremo (árd rí) que daba una apariencia de unidad al caos político irlandés, ya que supuestamente ejercía cierta influencia sobre los reyes de las diferentes provincias y reinos menores. Sin embargo esta figura no era más que un elemento decorativo, y ningún árd rí ejerció jamás un poder real sobre toda la isla, salvo excepciones, como el ya mencionado Brían Boru, héroe del folclore irlandés, y cuya vida fue una lucha constante por imponer su poder sobre el resto de los reyes por un lado, mientras por otro debía hacer frente a la invasión de los vikingos noruegos y daneses, que habían fundado ya ciudades y reinos en Irlanda, como Dublín o Límerick.

El sueño del rey Brían por tanto duró lo mismo que su reinado, que termina en el 1014, pues muere en batalla frente a una coalición gaélico – vikinga encabezada por Leinster y el rey de Dublín, Sytric Barba de Seda. Se vuelve por tanto a la situación previa, y el nuevo rey supremo, su viejo enemigo y aliado ocasional Malachi Mór, ya no tendrá planes hegemónicos sobre Irlanda ni querrá convertir a ésta en un reino fuerte y unificado, sino que volverá al viejo sistema de guerra de todos contra todos.

Con esta situación tan inestable, no es extraño que todas las invasiones que ha sufrido Irlanda hayan cuajado, por así decirlo, ya que nunca ha existido un poder centralizado para hacerlas frente. Sin embargo los pueblos invasores acaban, tarde o temprano, entrando en el juego de la guerra constante y de la rivalidad entre reinos, provincias y clanes, hasta terminar, de alguna manera, gaelizándose, lo cual incluye también adoptar su lengua, casarse con mujeres locales y abrazar la forma de Cristianismo tan peculiar que se profesaba en la isla.

A salvo de la primera oleada de invasiones, que como sabemos terminó con el establecimiento de una serie de reinos germanos en lo que era el Imperio Romano de Occidente, Irlanda no se librará de la segunda, que en torno a los siglos IX, X y XI, hará recorrer a magiares, sarracenos y vikingos por buena parte de Europa. El carácter insular de Irlanda no fue obstáculo para que los vikingos, expertos navegantes como sabemos, saquearan todo el litoral primero para luego fundar los primeros asentamientos definitivos - y las primeras ciudades de la isla – como son Límerick, Cork, Wexford, Waterford y Dublín. A partir de principios del siglo IX somos por tanto testigos de un complicado proceso marcado por la guerra entre los mismos irlandeses y entre éstos y los invasores, con todo tipo de situaciones que incluyen enmarañadas alianzas, traiciones e intrigas que acabarán con la gaelización paulatina de los vikingos, que se integrarán en el entramado político irlandés, mientras que los isleños, siempre permeables, adoptan también las novedades traídas por los escandinavos, como la moneda o el modo de vida urbano. Mientras, la guerra, mal endémico en Irlanda desde el principio de los tiempos, seguía su curso, y los tiempos parecían no cambiar, hasta que llegó la siguiente invasión, a mediados del siglo XII. Ésta provenía de la vecina Inglaterra y corrió a cargo de caballeros normandos traídos de Francia por los Plantagenet.

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