Hay tres tipos de líderes. Primero están aquellos generales, estadistas y reyes a los que la historiografía siempre ha mimado con celo. Algunos ejemplos clásicos son, como no, Alejandro, Julio César, Carlomagno o Napoleón, grandes figuras a quienes casi todo el mundo perdona sus errores, sus excesos o su crueldad. Otros personajes en cambio, gozando de las mismas virtudes y defectos, son demonizados por diferentes razones, ya sean éstas de índole política, religiosa o cultural. Ejemplos: Iván el Terrible o Felipe II, que gozan de una poco envidiable leyenda negra. El tercer tipo son aquellos que son ninguneados. Dentro de este grupo, Brian Boru destaca sobremanera.
Seguramente, y a pesar de que estamos hablando de un rey de Europa occidental,
mucha gente apenas tendrá alguna idea sobre quién fue Brian Boru. No se cita en
los libros de Historia de los colegios e institutos, no hay películas sobre él,
ni apenas novelas. Los irlandeses vaya si lo conocen bien, y fuera de ahí
(salvando quizá a algún inglés curioso) puede que los escandinavos, por aquello
de que participaron en las guerras de Irlanda en torno al año mil, a parte de
que su sistema educativo es magnífico, pero eso es otra historia.
Brían Boru fue un líder carismático. Si buscamos “carisma” en el
diccionario, en la segunda acepción nos encontramos: Don gratuito
que Dios concede a algunas personas en beneficio de la comunidad. En efecto, desde la Antigüedad se pensaba
que el carisma era un don otorgado por los dioses a determinadas personas
elegidas para ayudar a las gentes, para guiarlas y llevarlas por el camino
correcto. Digamos que los dioses delegaban ese poder en un mortal, un líder.
Por supuesto que estas personas cometían errores también. No en vano, la figura
del “héroe”, en la antigua Grecia tenía connotaciones tanto divinas como
humanas: así Ulises es frío y artero y Aquiles iracundo y orgulloso. En cuanto
a los héroes del ciclo artúrico todos tienen pecados, algunos de ellos
terribles, por lo que tan sólo uno de ellos, Perceval o Galahad en otras
versiones, obtendrá el Grial.
Brían Boru será
capaz de guiar a Irlanda, un pueblo acostumbrado a la guerra civil perpetua, a
los señores de la guerra y a los ataques vikingos, hacia un periodo de paz que
de haber durado lo suficiente hubiera situado a la isla entre las grandes
potencias políticas y económicas del occidente medieval. Pero la vieja nobleza,
los caudillos locales y señores de la guerra se opusieron a él con tenacidad,
añorando el antiguo orden de cosas, el caos previo que satisfacía sus intereses
personales frente al bien de la comunidad.
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