Iván I, gobernante astuto y prudente, tuvo entre sus grandes logros la
creación de una dinastía, los Daniilovichi. A partir de él, sus hijos pudieron
transmitir el poder de manera hereditaria a sus descendientes, el último de los
cuales fue Iván el Terrible, cuyo reinado durará hasta 1584 como sabemos.
En realidad, desde los tiempos del Rus de Kiev hasta finales del siglo
XVI existió una sola dinastía, los Ruríkidas, o descendientes del
semilegendario Rurik, el varego que en el siglo IX llegó a tierras rusas. Sin
embargo, andando el tiempo, y sobre todo a raíz de la formación de la segunda
Rusia al noreste, los rukíridas se disgregaron en diferentes ramas, destacando
los descendientes de Daniel Alexandrovich (hijo a su vez del héroe ruso por
excelencia, Alejandro Nevski).
El hecho de que los Daniilovichi se conformaran en una dinastía,
transmitiendo su poder de manera hereditaria, ofendió a las otras ramas
riríkidas, que decían tener mayor legitimidad sobre el trono de Vladimir –
Súzdal (que a partir de los Daniilovichi empezó a identificarse ya con el
principado de Moscú). La
Iglesia, que era al fin y al cabo la institución que creaba
las legitimidades en aquella época, tampoco estaba al completo con los nuevos
gobernantes, ya que pensaba más en la unidad de todos los rusos desde los
tiempos de Kiev(y por lo tanto mantener el status quo previo) que en favorecer
nuevas aventuras. Por lo tanto, la nueva dinastía tan solo tenía a los khanes
para asegurar su posición.
En los años centrales del siglo XIV asistimos a los reinados de Simeón
y de Iván II, hijos ambos de Iván I. Ambos príncipes se sabían carentes de la
legitimidad de las otras ramas de la dinastía, lo que les llevó a interminables
conflictos y disputas civiles, digamos, con los otros ruríkidas y con las
ciudades cercanas, que disputaban también a Moscú, su preeminencia sobre el
suelo ruso. La ciudad rival por excelencia será Tver, sin olvidar Novgorod,
Vladimir, Súzdal, o Riazán. Todos por lo tanto en contra de los Daniilovichi,
los príncipes moscovitas. Tanto Simeón
como Iván intentaron neutralizar esta situación con una serie de matrimonios
entre las ciudades rivales y Moscú, tal como hiciera su padre Iván I, pero no
dio el resultado esperado. Además la
Iglesia no siempre aprobó esta política, a pesar de que la
sede metropolitana estaba ahora en Moscú.
Los Daniilovichi eran a pesar de todo esto una dinastía estable, pero
su fortaleza se basaba casi exclusivamente en el apoyo de los khanes. Sin
embargo, la situación en el seno de la
Horda de Oro no iba a ser buena por mucho tiempo. Justo al
final del reinado de Iván II, en 1359, el khan Berdi Bek fue derrocado por su
hermano Qulpa (que a su vez fue asesinado por otro de sus hermanos) dando
comienzo a un periodo de inestabilidad política. Por si fuera poco, Iván II,
tras su muerte, dejó a un heredero de tan solo 9 años, Dimitri.