miércoles, 10 de marzo de 2010

HISTORIA ÉPICA DE RUSIA (II) Paralelismos


Una de las razones por las que me he animado a recopilar datos sobre la Historia rusa, a parte de por lo comentado en mi anterior entrada sobre el tema, es por la fascinación que sobre mí ejercen los pueblos fronterizos. En el caso ruso, ellos suponen el confín no solo entre Europa y Asia, sino entre la Cristiandad y el Islám, un poco como fue el caso de la España cristiana del Medievo y aún de hoy día, por cuyo territorio pasaba el limes entre Europa y África. La frontera entre los mundos cristiano e islámico.

Es posible que todas las naciones fronterizas estén condenadas a parecerse de algún modo. Aunque el caso de España y Rusia es cosa sabida por la mayoría de los historiadores.
Ambas naciones, ya digo, ocupan los dos confines más expuestos de Europa, los unos al noreste y los otros al suroeste, en contacto directo con pueblos no europeos. Este hecho convierte a los habitantes de ambas naciones en gentes abiertas y permeables a las influencias externas, lo cual les hace incluso hacer gala de una tolerancia y respeto por las culturas foráneas que jamás hubiera tenido un inglés o un francés. A este respecto podemos citar ejemplos concretos como el escándalo que suponía para los caballeros borgoñones que ayudaron a Alfonso VI a tomar Toledo, el hecho de que el rey castellano leonés permitiera a los moros rezar en sus mezquitas tranquilamente, mientras similar respeto mostraron los Rusos tras conquistar ciudades tártaras como Kazán o Astrakhán, ante la mirada atónita de los corresponsales, embajadores y espías (que eran de todo un poco) británicos.

Esta tolerancia de las naciones fronterizas es una realidad incontestable, sin embargo la cercanía con el infiel y con el no europeo produce a la vez otra reacción, un tanto paradójica quizá, y es la cerrazón en sí mismas en pos de mantener una identidad amenazada en todo momento. Precisamente por ello ambas naciones han hecho gala de una religiosidad exacerbada. Los españoles fueron durante siglos el brazo armado de la Cristiandad, defendiendo no solo sus propias fronteras, sino también las ajenas, frente avance del Islám o la herejía, sin pensar en el precio. Mientras que los príncipes moscovitas hicieron de su capital la tercera Roma, y sobre sus espaldas cargaron, sin escatimar, toda la responsabilidad de proteger el cristianismo Ortodoxo y aún expandirlo, tras la caída de Constantinopla frente a los turcos.

A este carácter mesiánico, de sentirse el pueblo elegido para defender y expandir la verdadera fe, hemos de unirle otro elemento, mucho menos sublime, como es la capacidad militar. Como pueblos de frontera estaban acostumbrados no solo a los ataques - como cualquier pueblo europeo - sino a las invasiones también. Así en estos lugares nunca se estaba del todo a salvo. Había que estar siempre a la defensiva, lo cual forjó en estas gentes una mentalidad guerrera, que afectaba a campesinos, clérigos, nobles y reyes por igual. Esta situación de peligro constante les permitió, a rusos y españoles en este caso, no solo reconquistar lo que en su día perdieron a manos del enemigo, sean musulmanes árabes y norteafricanos, o mongoles y tártaros, sino expandirse aún más allá, como guerreros formidables que eran, llegando a construir imperios. Así los rusos, tras tomar Khazán y someter los khanatos del Volga, siguieron aprovechando su potencial guerrero y pronto cruzaron los Urales, para conquistar Siberia - ya no había peligro pero siguieron hacia el este - y en poco tiempo llegaron hasta el mar del Japón. Los españoles hicieron lo propio tras conquistar Granada a los moros, asegurando el estrecho y el norte de África - para impedir nuevas invasiones – y después lanzándose a la aventura indiana. Rusos y españoles conquistaron de esta manera continentes enteros, y además sin casi medios, ya que buena parte del presupuesto de guerra se iba en enfrentamientos costosísimas frente al enemigo europeo, mientras que reyes y zares dejaron en manos de soldados de fortuna empresas que consideraban de menor importancia. De este modo actuaron, para mayor gloria de sus naciones, la hueste indiana por un lado, y los cosacos por otro. En ambos casos los beneficios económicos de estas empresas aventureras apenas pasaban por los tesoros reales, pues iban directamente a los bolsillos de los prestamistas o a pagar a las tropas que combatían en Flandes o el Lituania, mientras, por supuesto, el pueblo no veía un duro.

Cristianismo exacerbado por tanto en los pueblos fronterizos, donde todo giraba en torno a la guerra. Esto siempre fue interpretado por el resto de los europeos como síntoma inequívoco de barbarie y de fanatismo, a la par que de atraso e incultura. Se forja así por tanto una leyenda negra en torno a ambas naciones, en donde normalmente se mezcla la realidad con la calumnia, creando una imagen distorsionada de la Rusia de Iván IV, llamado el Terrible, o de las actuaciones de los castellanos en Indias, por poner dos ejemplos, mientras alemanes, franceses e ingleses, sus instigadores, parecían tener reyes perfectos y guerras sin crueldad, tan europeos ellos.

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