Según la Crónica de Nestor, que es un compendio de crónicas bizantinas, nórdicas y leyendas varias, escrita en el siglo XII, los habitantes de la región de Novgorod y Ladoga, al este del Báltico, pidieron ayuda a los Rus, un grupo de varegos o vikingos que merodeaba por la zona para que mediaran en las disputas que tenían entre ellos. Es de creer que alguna de las facciones en conflicto quisiera aprovechar la fortaleza militar de los Rus para hacerse con el poder en la zona, pero, como suele ser habitual, los recién llegados, viendo la debilidad de sus anfitriones, se hicieran con el control de tan rica y vasta región. Ejemplos como estos sobran en la Historia siempre con idéntico resultado, así los vitizianos llamaron a los musulmanes de Tarik para ayudarles contra Rodrigo, y los norteafricanos acabaron por conquistar Hispania. De parecida manera llegaron (leyenda o no) los anglosajones a Britania, los normandos a Irlanda o los almorávides a las taifas hispanas, siempre invitados desde dentro. La Crónica de Nestor no entra en detalles sobre este particular, pero el caso es que los vikingos también fueron invitados. En principio los Rus parece ser que habían sometido a tributo a estas tribus eslavas y finesas, por lo que éstas acabaron por echarles al mar. Sin embargo, ante la inestabilidad política y las luchas tribales, en donde nadie parecía ponerse de acuerdo, los nativos decidieron invitar de nuevo a los escandinavos para que mediaran en sus disputas ejerciendo de jueces, es decir, para que les gobernaran. Así fue, y los vikingos se adueñaron del país fundando una serie de señoríos, más o menos afortunados, uno de los cuales daría lugar al Principado de Novgorod.
Algunos autores afirman que este estado fue esencialmente una empresa comercial que surgió de las necesidades mutuas de las gentes de Novgorod y de una banda de vikingos en busca de trabajo. La región ofrecía grandes expectativas comerciales debido a su lugar estratégico, ya que mediante los ríos, las grandes arterias de Rusia, estaban en contacto con el Báltico y el Mediterráneo, el mar Blanco y el Caspio, y por lo tanto en plena ruta comercial con Escandinavia, Bizancio y el mundo musulmán, y además en una región cuya riqueza en materias primas no tenía límite - pieles, ámbar, miel, cera o esclavos -. Lo único que se necesitaba era seguridad en las rutas frente a bandidos y salteadores, y aquí es donde entraban los vikingos.
La figura que acaudillaba a estos varegos es cierto Rurik. La única referencia que tenemos de él es la ya mencionada Crónica de Nestor, por lo que bien pudiera tratarse de un personaje legendario, a pesar de que muchos autores lo identifican con Rurik de Dorestad, un jefe danés con larga experiencia como saqueador en Europa occidental y las islas británicas. Hasta ahora ninguna evidencia histórica nos hace pensar en que sean el mismo personaje y, de serlo, tampoco sabemos por qué recaló de pronto en el Báltico oriental, tan alejado de los intereses que él y su familia tenían en el Atlántico.
El caso es que a partir de la llegada de los rus y la creación de Novgorod, se fundó una dinastía, llamada rúrikida, que regirá los destinos del Principado de Kiev y luego de Moscú - primera y segunda rusias - hasta finales del siglo XVI, cuando serán relevados por los Romanov.
De lo que no hay duda es que, a partir de la llegada de los rus en el 856, apreciamos cierta unidad de actuación en la zona. Los varegos se conformaron en una casta guerrera que dotó de gran dinamismo a la región, que veía expandir sus intereses a la par que los drakkars surcaban los ríos rusos. Así pronto unificaron todo el área septentrional bajo un mismo poder político – haciendo al fin y al cabo lo que la población local les había pedido – y pronto estuvieron en condiciones no solo de comerciar con otros pueblos, sino de rivalizar con ellos a nivel militar. Uno de estos pueblos eran los poderosos Jázaros, un pueblo búlgaro - túrquico de las estepas de la región comprendida entre el Don y el Volga, al norte del Cáucaso, que eran además tradicionales aliados de los bizantinos. La primera toma de fuerza entre rusos y jázaros tendrá lugar tan solo dos años después - lo que da idea del rápido desarrollo de Novgorod como fuerza a tener en cuenta -. En efecto, en el 858, los jefes rus Askold y Dir conquistan el estratégico enclave de Kiev, que si bien no pertenecía a los jázaros sí les pagaba tributo, para en el año 860 lanzarse sobre la misma Constantinopla. Un libro escrito por el erudito emperador Constantino VII algunas décadas después, habla de la llegada de 200 barcos y 8.000 hombres a las puertas de la capital bizantina. Aunque acabaron chocándose contra las murallas y la expedición fue un fracaso, este hecho nos da una idea del enorme desarrollo experimentado en unos pocos años por parte del principado de Novgorod, hasta el punto de constituir un elemento desestabilizador en la región del mar Negro.
A pesar de estos avances, un estado no se crea de la noche a la mañana, y solo la labor concienzuda de príncipes más o menos carismáticos logrará la consolidación de esta reciente entidad política. Uno de estos príncipes fue Oleg, llamado el Sabio, y una de las primeras acciones de su largo reinado (879 – 912) fue la conquista de Kiev. Recordemos que la ciudad ya se encontraba en manos varegas desde el 858, lo cual nos informa posiblemente de la existencia de discrepancias también en el seno de los rus, y de que el nuevo estado estaba aún en una fase amateur, digamos, a falta de algunas décadas para madurar definitivamente y alcanzar su esplendor definitivo, en torno al año 1000. Prácticamente nada se sabe de esta discrepancia interna, aunque seguramente Bizancio, tan cerca ya de Kiev, no fue ajeno a este hecho, quizá alentando la independencia de los varegos kievanos frente a los del norte. Se ha llegado también a sugerir que la expansión del cristianismo entre los gobernantes varegos de Kiev, merced a misioneros bizantinos, pudo provocar la reacción de los rus norteños, aún paganos, y por lo tanto la conquista de la ciudad a manos de Oleg el Sabio en el 882.
Sea como fuere, y conocedor de las posibilidades comerciales que ofrecía la rica Kiev, así como por su posición estratégica envidiable, Oleg hizo de ella su capital, unificando a la vez el norte y el sur bajo su dominio.