Habíamos visto como los príncipes rusos prestaban vasallaje a los poderosos tártaros de la Horda de Oro. A ojos del Khan, estas entidades políticas rusas conformaban la región noroccidental de su imperio, que formaban una especie de unidad conocida como Gran Principado de Vladimir – una ciudad a unos cientos de kilómetros al este de Moscú -. En realidad, y a pesar de la supremacía del Gran Príncipe de Vladimir, los diferentes nobles y boyardos de las distintas ciudades luchaban todos contra todos por la supremacía en esta región, lo cual, por supuesto, favorecía a los intereses de la Horda , pues mientras estuvieran divididos, nunca podrían encuadrar una acción militar contra ellos.
A pesar de su situación subordinada, durante la primera mitad del siglo XIV, y a medida que la vieja Kiev decaía irremediablemente, el Gran Principado de Vladimir experimentó cierto apogeo económico. Ser súbditos de los tártaros de Sarai, la capital de la Horda , establecida en el bajo Volga, permitía a los boyardos amasar grandes fortunas merced a los contactos comerciales que obtenían, y que iban desde el Mediterráneo oriental y la península arábiga a la lejana China. Grandes mercados todos ellos para colocar sus pieles y otros productos. Esta región, además, estaba situada en la línea de los grandes ríos rusos, auténticas arterias que articulan todo el territorio, en donde destaca el Volga, y que dotan a la región de una inmejorable riqueza agrícola, motivo por el cual pronto empezaron a llegar inmigrantes de la primera Rusia, de Kiev, hacia la segunda y más poderosa del Principado de Vladimir, en donde, a parte de su capital, pronto brotaron otras prósperas ciudades, y en donde andando el tiempo tomarán especial protagonismo Nizhnii Novgorod, Tver y Moscú.
Fueron precisamente las ciudades de Tver y Moscú las que más encarnizadamente lucharon por adquirir la supremacía dentro del Gran Principado, siempre bajo la supervisión de los Khanes, que elegían príncipes indistintamente, fueran de una u otra ciudad, y no por favoritismos concretos, sino a fin de mantener divididos a los rusos. Pero fue Moscú la que se llevó el gato al agua en su pugna por la hegemonía, como consecuencia de varios factores: el primero de ellos tiene que ver con el carisma de sus gobernantes, que si bien mantenían una actitud servil hacia los tártaros, por la cuenta que les tenía, eran a la vez astutos y aprovechaban la menor oportunidad para afianzar los intereses de Moscú - que luego serían los intereses de Rusia -. En este momento destaca la figura del moscovita Iván Danilovich, que tras una encarnizada lucha con Tver, la ciudad rival, será elegido Gran Príncipe de Vladimir. Este personaje, que la Historia conocerá como Iván I, destacó por una administración muy eficaz, que convertirá a Moscú en el centro de la política rusa.
A este factor debemos unir la repentina, digamos, necesidad de los Khanes, de un poder fuerte en Rusia. Ya no querían aplicar la premisa “divide y vencerás”, ¿la razón?, el surgimiento de un nuevo y poderoso enemigo al oeste, Lituania, que no ocultaba sus ansias expansionistas a costa de Rusia – y por lo tanto de la zona noroccidental del imperio de la Horda de Oro -.
El tercer factor que ayuda al ascenso moscovita tuvo que ver con la Iglesia Ortodoxa. La sede metropolitana de la Iglesia de Rusia aún se encontraba en Kiev a principios del siglo XIV. Sin embargo la decadencia de la ciudad del Dnieper era más que evidente en estos momentos, sobre todo si la comparamos con las prosperas urbes del noroeste. La Iglesia Ortodoxa rusa estaba supeditada al patriarca de Constantinopla, con parecidas funciones que las del papa para el mundo católico. Fue este patriarca quien propuso a cierto Pedro para ocupar el puesto de metropolitano de Kiev, con similares cometidos a los de un arzobispo católico podríamos decir, sin embargo la ciudad de Tver tenía otro candidato, llamado Mijail de Tver. Pedro será quien logre acceder al puesto de metropolitano al final, con ayuda moscovita, lo cual conlleva además, que la sede metropolitana pase de Kiev a la propia Moscú, que no solo triunfa sobre la ciudad rival, sino que adquiere preeminencia definitiva sobre toda Rusia.