Como
todos los hispanistas, Henry Kamen, junto con Parker, Elliot
o Preston entre otros, son muchas veces de gran utilidad tanto para la
historiografía española como para todos los que disfrutamos la Historia o tenemos
ciertas inquietudes culturales. Su labor consiste principalmente en abrirnos
los ojos y ofrecernos, a los españoles, una visión menos apasionada y con
diferente perspectiva de nuestro pasado, algo muy necesario en estos tiempos de
manipulación por parte de pseudohistoriadores y periodistas que dicen ser
historiadores, que hacen y deshacen nuestra memoria a placer, muchas veces
además con el beneplácito o pasividad de los poderes públicos.
Esto
no quiere decir que sea oro todo lo que reluce, y que los hispanistas estén en
posesión de la verdad absoluta. Pero sí es cierto que muchas veces da un poco
de vergüenza que tengan que venir aquí los ingleses a poner orden en nuestras
cosas con ideas frescas y claras mientras nuestros historiadores aún discuten
sobre el sexo de los ángeles, por así decirlo.
Mr
Kamen quizá sea el hispanista más conocido, y también el más asequible al gran
público. Pero ya he dicho que no es oro todo lo que reluce.
Concretamente
me gustaría reseñar uno de sus libros más famosos: Spain´s Road To Empire,
(traducido en nuestro país como Imperio), y que dejó desde el momento de
su publicación algunos detractores por sus polémicas afirmaciones, llegando a
decir que no podemos hablar de “conquista” de América, entre otras cosas.
Para
empezar me gustaría decir que el libro en cuestión es muy ameno y de fácil
lectura, y que ofrece una visión muy interesante - y personal - de la Historia de España desde
los Reyes Católicos hasta el reinado de Carlos III. Vaya eso por
delante. Sin embargo la impresión que he tenido según leía sus páginas es la de
cierta necesidad, por parte del autor, de desmontar, una tras una, todas las
premisas sobre las que se fundamenta nuestra Historia. Esto puede ser positivo,
pues echa por tierra muchos mitos, sin embargo denoto cierto ensañamiento, muy
sutil, no tanto contra el Imperio en sí - que como Kamen bien dice estaba
formado por muchas naciones – sino contra los españoles en particular, y más
concretamente contra aquellos que conformaban la vieja Castilla - la
cultura hegemónica peninsular en aquel momento – ya sean castellanos,
extremeños o andaluces, es decir, castellanoparlantes. Así minimiza su
actuación en la conquista de América en todo momento, a favor de los aliados
indígenas, siendo también más benévolo con otros peninsulares como los
catalanes y portugueses en lo que a asuntos europeos se refiere, negando así a la Península una identidad
común, que si bien no se manifestaba aún en lo político, sí existía en la
mentalidad de muchos de los hombres que poblaron el solar ibérico, desde Marcial
a Isidoro de Sevilla, y así hasta Cervantes o Jovellanos.
Ejemplos
de que los españoles no estaban solos en la construcción del imperio abundan en
toda la obra. Así la conquista de México solo fue posible gracias a la
ayuda de los tlaxcatecas entre otros, y el sometimiento de los mayas
ha de agradecerse a los guerreros nahuas, a parte de que las elites locales
muchas veces colaboraron y ayudaron de buena fe a los conquistadores, los
cuales, por sí solos, no habrían hecho nada, y esto es muy cierto, sin embargo
apenas se menciona la capacidad organizativa, logística y diplomática de los
peninsulares, mientras que su evidente superioridad militar queda atenuada en
el texto, ya que Mr Kamen dice que las armas de fuego y los caballos fueron
usados más como un arma intimidatoria que real, y que, si acaso, fueron las
enfermedades europeas las que diezmaron a la población indígena - viejo mito
que no desmonta y que saca de contexto – más que la pericia militar de unos
hombres que según el hispanista no eran ni siquiera soldados, sino artesanos,
campesinos, marineros, comerciantes o notarios. Supongo que se refiere en este
punto a que no eran militares profesionales, como los tercios, pero yo creo que
los que conformaban la hueste indiana fueron tan valientes, despiadados y
crueles como cualquier guerrero, llámese soldado o no.
Hablando
de Europa, Mr Kamen ensalza la multinacionalidad del Imperio, que estaba
formado también por catalanes, italianos, portugueses, flamencos o alemanes.
Fue la colaboración internacional la que hizo posible esta gran empresa, así
muchas de las conquistas fueron posible gracias a la ayuda - desde luego no
desinteresada - de banqueros extranjeros, mientras que afirma que los mejores
generales del imperio fueron italianos como Farnesio o Spínola o
alemanes como Juan de Austria. Este último sin embargo, aunque nacido en
Ratisbona, vino a España con cinco años por deseo expreso de su padre el
emperador Carlos, y se crió en un castillo cercano a Valladolid
con preceptores españoles y completó su educación más tarde en la Universidad
de Alcalá de Henares, en donde coincidió, por cierto, con el ya citado
Farnesio, nieto del emperador - y sobrino suyo -. Otros grandes generales como Gonzalo
Fernández de Córdoba o el propio Cortés nacieron directamente en
suelo hispano.
Algo
positivo, sin embargo, de la obra de Kamen es que a la hora de abordar las
muchas derrotas sufridas por el imperio en cuestión, sigue insistiendo en la
presencia y colaboración de otros pueblos y naciones. Vamos, que si Lepanto
no fue una victoria únicamente española, tampoco fueron fracasos exclusivos de
los peninsulares los sucesos de la Gran Armada, la Noche Triste o
la fallida expedición contra Argel de 1541 – por poner tres ejemplos –
en donde Mr Kamen deja muy claro que de las 65 galeras que conformaban la
expedición, 12.000 marineros y 24.000 soldados, dos tercios serían italianos y
alemanes, mientras que las fuerzas españolas harían el tercio restante bajo las
órdenes del condottiero Ferrante Gonzaga.
En
general, podemos decir que, según Kamen lo que conocemos como imperio español
no fue una empresa única de los peninsulares, sino que la colaboración de otras
gentes fue fundamental. Esto queda patente sobre todo cuando habla de la
conquista de América, en donde la colaboración indígena fue crucial. Sin
embargo yo opino que todos los imperios se construyen con la ayuda de otros
pueblos y nadie duda de su legitimidad. Roma siempre contó con tropas
auxiliares en sus legiones, llegando a veces éstas a representar un número muy
superior al de ciudadanos propiamente dichos, y contó en muchas ocasiones con
la colaboración de las elites de los pueblos que conquistaba, sin embargo nadie
resta a Roma su importancia. Los carolingios contaron en su Escuela Palatina
con sabios y colaboradores de toda Europa como Alcuíno de York, Pedro
de Pisa o Juan Escoto Erígena, lo cual es siempre bueno, sin
emnabrgo nadie discute el carácter franco y germánico del imperio fundado por Carlomagno.
Si hablamos del imperio ruso, al que Kamen saca muy sabiamente muchos parecidos
con el español, su expansión por Siberia hasta llegar al mar del Japón
contó también con la ayuda de otros pueblos que en aquel tiempo, siglo XVI, no
podían ser considerados como rusos – o más propiamente moscovitas – como los
tártaros o los cosacos. Respecto a estos últimos, Mr Kamen tampoco
los llamaría soldados sino campesinos, teniendo en cuenta que se pasaban buena
parte del año buscando pastos o cultivando las fértiles tierras de la estepa,
sin embargo esos campesinos echaron sobre sus espaldas buena parte de la
conquista del imperio más extenso de la Historia, y desde mi punto de vista fueron unos
guerreros formidables. Se los llame o no soldados.