martes, 14 de agosto de 2012

RUSIA EN LA BAJA EDAD MEDIA (VI) Los años centrales del siglo XIV o los Daniilovichi menores (1340 – 1359).






Iván I, gobernante astuto y prudente, tuvo entre sus grandes logros la creación de una dinastía, los Daniilovichi. A partir de él, sus hijos pudieron transmitir el poder de manera hereditaria a sus descendientes, el último de los cuales fue Iván el Terrible, cuyo reinado durará hasta 1584 como sabemos.

En realidad, desde los tiempos del Rus de Kiev hasta finales del siglo XVI existió una sola dinastía, los Ruríkidas, o descendientes del semilegendario Rurik, el varego que en el siglo IX llegó a tierras rusas. Sin embargo, andando el tiempo, y sobre todo a raíz de la formación de la segunda Rusia al noreste, los rukíridas se disgregaron en diferentes ramas, destacando los descendientes de Daniel Alexandrovich (hijo a su vez del héroe ruso por excelencia, Alejandro Nevski).

El hecho de que los Daniilovichi se conformaran en una dinastía, transmitiendo su poder de manera hereditaria, ofendió a las otras ramas riríkidas, que decían tener mayor legitimidad sobre el trono de Vladimir – Súzdal (que a partir de los Daniilovichi empezó a identificarse ya con el principado de Moscú). La Iglesia, que era al fin y al cabo la institución que creaba las legitimidades en aquella época, tampoco estaba al completo con los nuevos gobernantes, ya que pensaba más en la unidad de todos los rusos desde los tiempos de Kiev(y por lo tanto mantener el status quo previo) que en favorecer nuevas aventuras. Por lo tanto, la nueva dinastía tan solo tenía a los khanes para asegurar su posición.

En los años centrales del siglo XIV asistimos a los reinados de Simeón y de Iván II, hijos ambos de Iván I. Ambos príncipes se sabían carentes de la legitimidad de las otras ramas de la dinastía, lo que les llevó a interminables conflictos y disputas civiles, digamos, con los otros ruríkidas y con las ciudades cercanas, que disputaban también a Moscú, su preeminencia sobre el suelo ruso. La ciudad rival por excelencia será Tver, sin olvidar Novgorod, Vladimir, Súzdal, o Riazán. Todos por lo tanto en contra de los Daniilovichi, los príncipes moscovitas.  Tanto Simeón como Iván intentaron neutralizar esta situación con una serie de matrimonios entre las ciudades rivales y Moscú, tal como hiciera su padre Iván I, pero no dio el resultado esperado. Además la Iglesia no siempre aprobó esta política, a pesar de que la sede metropolitana estaba ahora en Moscú.

Los Daniilovichi eran a pesar de todo esto una dinastía estable, pero su fortaleza se basaba casi exclusivamente en el apoyo de los khanes. Sin embargo, la situación en el seno de la Horda de Oro no iba a ser buena por mucho tiempo. Justo al final del reinado de Iván II, en 1359, el khan Berdi Bek fue derrocado por su hermano Qulpa (que a su vez fue asesinado por otro de sus hermanos) dando comienzo a un periodo de inestabilidad política. Por si fuera poco, Iván II, tras su muerte, dejó a un heredero de tan solo 9 años, Dimitri.

domingo, 12 de agosto de 2012

RUSIA EN LA BAJA EDAD MEDIA (V) Pacto entre khanes y boyardos







Habíamos hablado de la forma de dominación que la Horda de Oro ejercía sobre los rusos, y que se asemejaba bastante al neocolonialismo actual. Las elites prestaban vasallaje a los tártaros y se enriquecían enormemente recaudando impuestos para ellos. Esta situación podría haberse prolongado ad infinitum, ya que los grandes nobles vivían de acuerdo a su status y la Horda les dejaba, relativamente, en paz mientras recibiera sus tributos puntualmente. Todos contentos por lo tanto, menos el pueblo claro, de quien puedo afirmar, sin miedo a equivocarme, que lo mismo le daba estar bajo el yugo tártaro que bajo el látigo de sus propios nobles.

En el contexto de un país que no tiene poder de decisión porque está en manos de un poder extranjero, como era el caso de los principados rusos, es cuando se hace especialmente necesario el surgimiento de líderes capaces. Obviamente ninguno de estos grandes señores estaba tan loco como para enfrentarse al khan directamente, pero de ahí a la cobardía suprema va un trecho. Leyendo las fuentes, no es difícil llegar a la conclusión de que la mayoría de los boyardos pensaban más en su propio interés que en el de la nación, y no les preocupaba lo más mínimo vender y sojuzgar a su pueblo con tal de mantener sus privilegios. Los khanes lo sabían y por ello cada vez que, digamos, aflojaban un poco la cuerda, lo hacían alimentando la codicia inagotable de estos magnates rusos. Así, como ya hemos visto, les dieron el privilegio de recaudar impuestos para el khan, entre otras cosas. Nadie parecía tener la idea romántica de librarse del todo del yugo de la Horda de Oro, aunque fuese un sacrificio inmenso, ya que los que los menos predispuestos a tales esfuerzos eran los propios nobles.

Pero en el mundo de las ideas, si hablamos de aquello que está más allá de lo tangible, es inevitable citar a la Iglesia. Si alguien podía infundir el las gentes el sentimiento de unidad, era ella. Esta institución, por supuesto, podía ser usada por los magnates para infundir en el pueblo la resignación y la apatía, sin embargo la Iglesia rusa, que había elaborado toda una teoría sobre la necesidad de mantener la pureza de la ortodoxia desde Constantinopla a Kiev y ahora a los principados del norte, y que pronto consideraría a Moscú la tercera Roma, y único enclave cristiano verdadero (no olvidemos que Constantinopla estaba a punto de caer bajo los turcos y que en Roma imperaba la corrupción más absoluta, con el cisma de Avignon a la vuelta). Esta Iglesia, digo, no iba a permitir por mucho tiempo la sumisión a los tártaros. Por ello, aquellos gobernantes moscovitas que mejores relaciones tuvieron con los patriarcas, fueron aquellos que más éxito tuvieron plantando cara a la Horda de Oro.

Uno de estos gobernantes será el príncipe moscovita Iván I (gran Príncipe de 1328 a 1340), bajo cuyo reinado, Moscú se sentirá por vez primera verdaderamente fuerte. Iván fue capaz de elevar la moral del pueblo, mantuvo siempre a la Iglesia a su lado (Moscú será ahora sede metropolitana) y sobre todo será lo suficientemente astuto como para afianzar sus dominios y establecer una poder hereditario, una verdadera dinastía, y todo ello sin ofender al khan.

BRIAN BORU (I) La figura del líder histórico













Hay tres tipos de líderes. Primero están aquellos generales, estadistas y reyes a los que la historiografía siempre ha mimado con celo. Algunos ejemplos clásicos son, como no, Alejandro, Julio César, Carlomagno o Napoleón, grandes figuras a quienes casi todo el mundo perdona sus errores, sus excesos o su crueldad. Otros personajes en cambio, gozando de las mismas virtudes y defectos, son demonizados por diferentes razones, ya sean éstas de índole política, religiosa o cultural. Ejemplos: Iván el Terrible o Felipe II, que gozan de una poco envidiable leyenda negra. El tercer tipo son aquellos que son ninguneados. Dentro de este grupo, Brian Boru destaca sobremanera.

Seguramente, y a pesar de que estamos hablando de un rey de Europa occidental, mucha gente apenas tendrá alguna idea sobre quién fue Brian Boru. No se cita en los libros de Historia de los colegios e institutos, no hay películas sobre él, ni apenas novelas. Los irlandeses vaya si lo conocen bien, y fuera de ahí (salvando quizá a algún inglés curioso) puede que los escandinavos, por aquello de que participaron en las guerras de Irlanda en torno al año mil, a parte de que su sistema educativo es magnífico, pero eso es otra historia.

Brían Boru fue un líder carismático. Si buscamos “carisma” en el diccionario, en la segunda acepción nos encontramos: Don gratuito que Dios concede a algunas personas en beneficio de la comunidad. En efecto, desde la Antigüedad se pensaba que el carisma era un don otorgado por los dioses a determinadas personas elegidas para ayudar a las gentes, para guiarlas y llevarlas por el camino correcto. Digamos que los dioses delegaban ese poder en un mortal, un líder. Por supuesto que estas personas cometían errores también. No en vano, la figura del “héroe”, en la antigua Grecia tenía connotaciones tanto divinas como humanas: así Ulises es frío y artero y Aquiles iracundo y orgulloso. En cuanto a los héroes del ciclo artúrico todos tienen pecados, algunos de ellos terribles, por lo que tan sólo uno de ellos, Perceval o Galahad en otras versiones, obtendrá el Grial.

Brían Boru será capaz de guiar a Irlanda, un pueblo acostumbrado a la guerra civil perpetua, a los señores de la guerra y a los ataques vikingos, hacia un periodo de paz que de haber durado lo suficiente hubiera situado a la isla entre las grandes potencias políticas y económicas del occidente medieval. Pero la vieja nobleza, los caudillos locales y señores de la guerra se opusieron a él con tenacidad, añorando el antiguo orden de cosas, el caos previo que satisfacía sus intereses personales frente al bien de la comunidad.